martes, 1 de octubre de 2013

CUATRO NIÑOS Y UN CHARABON








CUATRO NIÑOS Y UN CHARABÓN
TRAGÓN


Había una vez unos hermanitos – dos niñas y dos niños- que vivían en una casa con un hermoso jardín que cultivaba la mamá. Era muy grande, más que jardín era un parque, donde ellos jugaban  con sus mascotas, disfrutando de tanta belleza creada por las flores y por los pajaritos, que bullangueros piaban alegremente.
El papá de estos niños era el que traía los distintos animalitos, que se convertían en los mimados de la casa.
Este les había prometido traerles del campo que poseía, un pichón de avestruz, o sea, un “charabón”.
Un día, sintieron el motor del auto que se acercaba, pues, conocían además muy bien la bocina y salieron los cuatro corriendo a recibirlo como acostumbraban, luego que el papá volvía del campo de atender sus negocios.
Pero, ¡cuál no sería la sorpresa cuando saca de adentro del coche un canasto y, dentro de él venía un pequeño avestruz, que había tenido que hacer todo el viaje dentro del canasto; ¡pobrecito!, ellos que corretean por el campo libremente.
Llevó el papá el canasto al jardín y de el sacó al avestrucito  y lo depositó en el suelo.
Mucho se rieron cuando vieron que sus plumitas eran amarillas y negras, ¡parecía que tenía puesta una camiseta de Peñarol!... Ja-ja-ja. En verdad que no esperaban encontrar eso.




Al principio quedó quietito, como temeroso, moviendo su cabeza en su largo cuello y agitando sus pequeñas alitas, mientras lanzaba un suave silbido. Luego de unos minutos empezó a dar pasos con sus largas y gruesas patas como reconociendo el terreno. De pronto estira el cuello con gran rapidez y se come una mosca que pasaba a su lado.
¡Vaya sorpresa!, los niños reían festejando lo certero de su movimiento.
Él empezó a avanzar por los senderos del jardín y los niños atrás, disfrutando de su nueva mascota, deseando poder tomarla entre sus brazos como acostumbraban con todas ellas. 


Así fue que lo estuvieron observando un rato, hasta que el papá les dijo que convenía darle de comer, ya que hacía algunas horas que no lo hacía.
La mamá fue la que se encargó de alcanzarle carne picada para que ellos le dieran., la cual se la devoró a picotazo limpio en un santiamén.
A todo esto se acercaba la tardecita y tenían que encontrarle donde dormir, ya que era muy pequeño y no tenía a su mamá.
Decidieron dejarlo dentro de una pequeña pieza que había en el patio; allí le armaron un nido con algunos trapos, pero antes le querían poner nombre como acostumbraban ponérselos a todas las mascotas y decidieron ponerle “Tragón”, ya que sabían por lo que les contaba el papá, que eran muy tragones; tragan todo lo que encuentran que les llame la atención.
  


En adelante fue el rey del jardín, un señorón, que se paseaba silbando y comiendo lo que encontraba … aparte del maíz, semillas, frutas y carne que le daban los niños.
Como además también se adueñó de la casa, era común verlo pasearse por ella, silbando y picoteando acá y allá y, picotón viene, picotón va, se tragó el botón de una camisa que tenía pronta la mamá de los niños para pegar, ja-ja-ja.
El asombro primero y la desesperación después es de no contar, pero Tragón hizo honor a su nombre.
Anécdotas como esa hubo muchas y, Tragón seguía creciendo.
Una de las cosas que los niños más disfrutaban con él, era cuando la mamá los obligaba a dormir la siesta en verano: todos iban a un dormitorio, ponían una manta  en el suelo donde se tiraban, dejaban la puerta entreabierta para que entrara luz y Tragón alerta para comerse cuanta mosca se acercara o se posara en ella. Con cada picotazo que largaba, las risas se redoblaban, pero cuidando de que la mamá no los oyera. En verdad que eran unas siestas muy divertidas.
Los niños del barrio también disfrutaban de la compañía de Tragón, no solo en el jardín sino cuando los niños lo sacaban para la calle para pasearlo por la vereda; para hacerlo le ataban una piola bien flojita al cuello, ya que si a Tragón se le ocurría salir corriendo con sus patas tan veloces ¡menudo trabajo les iba a dar alcanzarlo!

Algunas veces como el papá era hombre de campo, los entretenía contándoles costumbres sobre los avestruces adultos.
 
Aunque tienen alas no vuelan, sus patas son muy fuertes y pueden desarrollar una gran velocidad.
Las avestruzas  ponen esos enormes huevos en el nido que prepara el avestruz macho que es el que las corteja,( hasta tres de ellas en un mismo nido) y, cuando él ve que hay un número suficiente se echa a incubarlos durante cuarenta días. 
 
De vez en cuando se levanta a comer y vuelve como un buen padre a continuar incubándolos.
Ustedes se preguntarán ¿Con qué se van a alimentar los pichoncitos cuando nazcan?. Como la Naturaleza a todos los seres vivos le da la sabiduría de cómo sobrevivir, este futuro papá, cuando faltan unos cuatro o cinco días para que empiecen a nacer, saca dos o tres huevos para que se pudran, los rompe, y, al mal olor vienen montones de moscas y entonces los pichoncitos se hacen ¡la gran fiesta!. ¿Verdad que la Madre Naturaleza es sabia?.
 
A todo esto Tragón se fue haciendo grande, era un joven avestruz, que ya no vestía la “camiseta de Peñarol”, ya tenía las plumas que lo iban a acompañar  el resto de su vida, entonces el papá, vio que era el momento de llevarlo nuevamente para el campo, ya que iba a ser imposible mantenerlo en el jardín, así que les propuso hacer un paseo hasta el establecimiento y dejarlo allá.
Una linda mañana se levantaron temprano y toda la familia marchó con Tragón hacia el campo. El papá les propuso que le llevaran alimento, porque el viaje llevaba un buen rato, no fuera que Tragón al no tener nada para picotear, empezara a quererles comer los botones de la ropa o algo más.
Mucho se divirtieron durante el trayecto y Tragón fue mimado y alimentado.
Cuando iban llegando a destino, ya se divisaban algunos avestruces adultos en el campo, ahí se dieron cuenta de lo imposible que era tenerlo por el gran tamaño que alcanzaban.
 
 
  Cuando llegaron, lo bajaron del coche; él miraba para todos lados tal vez reconociendo el lugar, su hábitat natural; con gran cautela comenzó a caminar hacia los otros avestruces, que curiosos se venían acercando y que en cierto momento lo rodearon, como que reconocían en él, el bebé perdido. 
 
 Luego, lentamente, se fueron todos juntos y los niños con cierta tristeza  lo dejaron marchar, pero sabían que ese era el lugar donde debía estar y terminaron riéndose felices recordando las “gambetas” que él les hacía cuando jugaban en el jardín de la casa.
Después de un tiempo, el papá de los niños les contó, que Tragón dos por tres se acercaba a la casa, tal vez él también añoraba la presencia y los mimos que recibía de los cuatro niños. 
 
 
Los Reinos de la Naturaleza, a través de sus creaciones, nos da la oportunidad de manifestar todo el amor que tenemos dentro.
Espero que les guste, esto más que un cuentito es una vivencia de mi niñez junto a mis hermanos. 
Un abrazo a todos y cada uno
 

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