EL ARROYITO
Había una vez un arroyito que se deslizaba cantando alegremente, entre juncos y camalotes.
Su nacimiento se produjo entre piedras, en una pequeña elevación del terreno de donde un día comenzó a brotar un agua cristalina.
De tanto correr, aquél hilo de agua fue abriendo surco en la tierra, que lo ayudaba a deslizarse y, así, por momentos cantaba, en otra su voz era un susurro que dialogaba con los pequeños seres que caminaban por sus orillas: caracoles, gusanos, sapos, ranas, pájaros que venían a beber, todos se hacían sus amigos al verlo tan generoso al dar sus aguas.
Se divertía mucho en su marcha, ya que según el terreno por el cual se deslizaba, tenía que desviarse y así formaba graciosas curvas, que mirado desde lejos, era una cinta azul cuando el cielo se reflejaba en él. Las nubes también lo hacían; y por las noches la luna y las estrellas se reflejaban en sus aguas mientras los grillos y ranas daban su concierto acostumbrado. ¡Tenía muchísimos amigos!.
El sol lo llenaba de chispas de luz que brillaban cual diamantes. ¡Todo estaba lleno de vida!, la gramilla que lo bordeaba, se llenaba de florecillas de todos colores en primavera y era visitado por pájaros que iban de paso, como las garzas blancas y rosadas, patos silvestres; también por los teru-teru y pájaros de los montes cercanos.
Todos esos seres lo llenaban de alegría, ya que dialogaba con ellos durante el día y cuando llegaba la noche conversaba con los gnomos y duendes de la naturaleza, esos seres invisibles a nuestros ojos, pero que existen en donde hay vida.
Con el tiempo sus orillas se llenaron de matorrales y árboles silvestres que se poblaron de pájaros que construyeron sus nidos en ellos, para poner sus huevos y así tener sus pichones. Todo se llenó de cantos y color y por eso el arroyito cada día cantaba más, feliz al sentirse tan acompañado por esos alados pobladores del campo.
Y … colorín colorado este cuentito se ha acabado
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