viernes, 18 de marzo de 2016

Cada árbol talado es una vida que se extingue.

Esta frase me golpeo´muy fuerte, ya que me hizo ver la magnitud  de nuestra falta de conciencia en el uso indiscriminado que hacemos del papel; cada pedazo desperdiciado es parte de un árbol que sacrificaron para fabricarlo.
Esto me trajo a la memoria cuando visite´el Palacio del Príncipe ) ,y ver los 45 bosquejos que había  hecho Picasso para su famoso "Guernica", Todos eran trozos de diferentes papeles que había aprovechado para dibujarlos,  y así crear su famoso cuadro de tremendas dimensiones.
Ya les he contado y mostrado el hermoso árbol de espumilla que plantaron mis hijos siendo niños y que da sombra y embellece nuestro jardín y que además me inspiro´ para escribir el cuentito: El árbol solitario.
En el Colegio y Liceo Nuestra Señora del Huerto, donde di clases por varios años, tenían en el hall de entrada,  un cartel con un poema de José Camino que me encantaba:

Si todos los hombres sembraran un grano
en cada baldío adonde sus pasos guiara el destino,
gozosos tendrían, el árbol, la sombra, el 
 ave y el nido.



El árbol solitario
Había una vez un árbol que había crecido muy solo en una gran extensión de campo.
Era un árbol que seguramente nació de alguna semilla que llevó el viento, o por algún pájaro que la dejó caer.
Como todos los árboles de madera dura fue creciendo lentamente, fuerte y vigoroso; uno de esos que nada logró derribar, pues sus raíces estaban profundamente enterradas en la tierra; ni los vendavales, ni el viento más fuerte, ni la sequía más larga; siempre dando ejemplo de fortaleza.
Le asombraba verse tan solito en medio de aquella gran extensión, pero no se sentía solo, ya que a medida que fue creciendo y convirtiéndose en árbol grande, su sombra hacía que los animales lo buscaran para protegerse de los fuertes rayos del sol o  cobijarse de la lluvia y el frío en invierno.
Los pájaros también lo buscaban para hacer sus nidos  entre sus fuertes ramas y sobre ellos  cantaban. Con ellos dialogaba y estos les contaban cosas de lugares lejanos que visitaban; además lo acompañaban los teros; escuchaba el canto de los horneros allá, a lo lejos y veía las bandadas de cotorras que pasaban en busca de algún plantío.
Siempre estaba acompañado por las voces del viento o el susurro de la brisa, del perfume de las flores silvestres, y también, lo acompañaba el silencio que tiene su propia voz.
En las noches en que cantaban los grillos y la luna llena alumbraba los campos; ¡cómo disfrutaba!, estaba feliz de haber nacido en ese lugar admirando el titilar de las estrellas y gozando de la paz que todo lo envolvía.

Nunca se sintió solo, ya que aprendió a convivir con los otros reinos, regalando  su sombra y abrigo, en agradecimiento a todo lo que ellos le daban: los pájaros sus cantos y el piar de los pichones y, en todos los demás seres que de una u otra forma lo acompañaron, como el ratón de campo,  alguna liebre de paso ... Todos alguna vez dialogaron con él; dio y recibió.

El que da en forma desinteresada recibe mucho más; es una ley del Universo.
Amemos los árboles



Un abrazo a todos y cada uno


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